"Así dá gusto empezar la semana", dijo.
Y ella se le voló una sonrisa de la boca, que dió contra la pila de papeles de trabajo que él nunca terminó de ordenar esa noche, por estar juntos.
Y sin apartar la mano de su espalda contracturada, ella comenzó a pasear gestos de amor, que hace rato no salían.
Entonces entendió sus tiempos, y sus distancias, sus muros y sus ventanas.
Comprendió toda, o casi toda su arquitectura.
[así da gusto terminar el domingo, dije]
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